La vida de un perro se desarrolla de acuerdo
con su experiencia cotidiana en su entorno habitual. Día tras día va
aprendiendo la manera más acertada de responder ante hechos que se repiten una
y otra vez en este medio ambiente que pronto hace suyo. Sus costumbres se
convierten en leyes y existe ya una dependencia, una necesidad de convivir con
ese medio que satisface sus exigencias corporales y de intercambio social de
forma previsible y, por lo tanto tranquilizadora. De repente se encuentra en
una calle o carretera desconocida y
ve como se aleja el único mundo que conoce. El perro
entra en una fase de extrema excitación cuya función sería potenciar una
respuesta que resolviera la situación. Pero en este caso, ya se han cuidado sus dueños de que no
encuentre solución. En poco tiempo pasa del galope al trote, y del trote al
paso. Acaba sentándose y, finalmente, tumbándose en el suelo. Está sólo y nada
de lo que ha aprendido ahora le sirve. Ante lo desconocido siente mucho
miedo. Y todo lo conocido ha desaparecido para siempre.
Por Ken Sewell, etólogo especialista en
comportamiento canino.
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