EL
PERRO COJO
Con
una pata colgando, despojo de una pedrada, pasó el perro por mi lado, un perro
de pobre casta. Uno de esos callejeros, pobres de sangre y estampa. Nacen en
cualquier rincón, de perras tristes y flacas, destinados a comer basuras de
plaza en plaza. Cuando pequeños, qué finos y ágiles son en la infancia,
baloncitos de peluche, tibios borlones de lana, los miman, los acurrucan, los
sacan al sol, les cantan. Cuando mayores, al tiempo que ven que se fue la
gracia, los dejan a su ventura, mendigos de casa en casa, sus hambres por los
rincones y su sed sobre las charcas. Qué tristes ojos que tienen, que recóndita
mirada como si en ella pusieran su dolor a media asta. Y se mueren de tristeza
a la sombra de una tapia, si es que un lazo no les da una muerte anticipada. Yo
le llamo: psss, psss, psss. Todo orejas asustadas, todo hociquito curioso, todo
sed, hambre y nostalgia, el perro escucha mi voz, olfatea mis palabras como
esperando o temiendo pan, caricias... o
pedradas, no en vano lleva marcado un mal recuerdo en su pata. Lo vuelvo a
llamar: psss, psss. Dócil a medias avanza moviendo el rabo con miedo y las
orejitas gachas. Chasco los dedos; le digo:"ven aquí, no te hago nada, vamos,
vamos, ven aquí". Y adiós la desconfianza. Que ya se tiende a mis pies, a
tiernos aullidos habla, ladra para hablar más fuerte, salta, gira; gira, salta;
llora, ríe; ríe, llora; lengua, orejas, ojos, patas y el rabo es un incansable
abanico de palabras. Es su alegría tan grande que más que hablarme, me canta.
"¿Qué piedra te dejó cojo? Sí, sí, sí, malhaya". El perro me
entiende; sabe que maldigo la pedrada, aquella pedrada dura que le destrozó la
pata y él, con el rabo, me dice que me agradece la lástima."Pero tú no te
preocupes, ya no ha de faltarte nada.
(Manuel Benítez Carrasco)
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