Carta
textual del señor Gabriel Osorno Botero (c.c. 3.43.301, de Medellín): // “Medellín,
octubre 6 de 1.987. Doctor Juan Gomez Martines Director de EL COLOMBIANO. // Respetado
doctor:
Permítame
presentarle mi cordial saludo incluyendo la presente, para su estudio y
publicación, en su muy leído diario, si lo estima conveniente. Este tema quizás
sea paradójico, inverosímil para muchos, pero para otros, verídico. Siempre y
cuando estemos acomodados a los fenómenos de la vida y a los designios divinos.
Veintitrés
años viví feliz con mi esposa e hijos, haciendo parte de la familia. Nuestro
perrito, lanudito, cariñoso, festivo. Cualquier día, un perro del barrio, de
malas pulgas, le mordió una patica, viniéndole una infección. Mi señora y yo,
en vez de llevarlo al veterinario, optamos por abandonarlo en la terminal de
buses del Poblado; recuerdo las lagrimas de mi hijo al regresar al hogar.
Cinco
días mas tarde, estábamos mi esposa y yo de compras, en Palacè con Ayacucho,
cuando sorprendidos, vimos que venia nuestro perrito. Triste, extenuado, como buscándonos
en medio de la multitud. Nosotros, hipócritamente, nos escondimos en un
almacén, hasta que paso, en medio de su angustia y dolor. Desde entonces no
volvimos a verlo.
Meses
mas tarde, nuestro hogar principio a derrumbarse; vino la desarmonìa, la falta
de respeto, el desamor, la incomprensión. Y como consecuencia, el fin de un
hogar feliz, que muchos envidiaban.
Hoy
pasados veintitrés años, escudriñando, los motivos de aquella terrible
pesadilla, y marchando sobre mis 72 años, logre en medio de una de mis
meditaciones, encontrar la respuesta.
Asì
mismo, como vote a mi perrito tan querido, parte de nuestra familia, me ha
tocado deambular por las calles, en medio de la multitud, o en las noches
solitarias , en compañía de los rayos sublimes de la luna, o en las noches de
invierno, recibiendo solamente las únicas caricias del viento, las lluvias y el
hastío. Mi perrito tiene que haber sufrido lo mismo. Por esa razón, vivo
recodando mi pasado en la holgura, no borrándose de mi mente, la infamia que cometí con mi
perrito, que hacia parte de nuestro hogar, y que por egoísmo, le pagamos mal.
Pero la Ley Divina
me ha obligado a sufrir las
consecuencias en esta vida, por la falta de caridad.
Gracias,
Señor Director”.
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